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De ser el epicentro de una cultura que surgió y murió con el ciclo del oro, Ouro Preto devino tras la ruina y el olvido en un de los destinos turísticos mas concurridos de un Brasil en el que hay mucho más que playas y caipirinhas. Ubicada a 450 kilómetros de Río de Janeiro y a unos cien de Velho Horizonte, esta ciudad alberga uno de los cascos coloniales más ricos y mejor conservados de América Latina.
Los techos rojos de la ciudad trepan chillones por las empinadas laderas verdes de los morros de las sierra de Espinhaçao. Arriba, el cerro Itacolomí coronado por su rocoso promontorio completa la panorámica. En su trazado la ciudad refleja su estrepitoso y repentino crecimiento con edificios que parecieran construidos uno encima del otro y calles que se ramifican hasta el infinito formando un verdadero laberinto.
Sin embargo, bajo tanto caos subyace un orden. Desde cualquier óptica, siempre se impone la figura de alguna de sus trece iglesias. Legado nacido más de la culpa y la vanidad que de la caridad y el fervor religioso, estos templos encarnan el más exquisito estilo barroco y son el principal emblema de Ouro Preto. En sus altares y retablos, atesoran los escasos remanentes de todo el oro que se extrajo de las entrañas mismas de estas sierras.
Visitarla y perderse en esta ciudad considerada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, es un auténtico viaje en el tiempo. A cada paso que da, a la vuelta de cada esquina o al atravesar sus umbrales, el visitante va descubriendo las fascinantes historias que encierra esta ciudad, en la cual las leyendas y la realidad se entrelazan para forman una sola trama.
El sueño dorado
Su origen se remonta al final del sigo XVII cuando una partida de bandeirantes proveniente de San Pablo llegó a la región en búsqueda del mítico El Dorado. La historia cuenta que fue en el mismo valle del río Tiripui donde hoy se emplaza la ciudad, que estos hombres hallaron las primeras pepitas oscuras acusa de encontrarse cubiertas por una capa de óxido de hierro. De ahí el nombre de oro negro.
Lo que nació como un precario campamento minero no tardó en transformarse en un asentamiento y en menos de diez años en una ciudad de cincuenta mil habitantes. Aventureros y buscadores de fortuna de las principales ciudades de Brasil y Portugal llegaban todos los días atraídos por la promesa de una rápida fortuna.
Según relatan las crónicas, la fiebre del oro caló tan hondo en sus habitantes que en su pleno esplendor la ciudad llegó a padecer hambrunas causadas principalmente por que nadie en la región se encargaba de cultivar la tierra. Al igual que el rey Midas, sus moradores pronto descubrieron que el oro no se podía comer.
Pero la fama de la Villa Rica de Ouro Preto seguía extendiéndose por todo el viejo y nuevo mundo, llegada a ser conocida gracias al escritor Francisco de Brito como, “la Potosí del oro”. Aunque imposible de precisar la cifra exacta, se estima que en apenas un siglo los portugueses extrajeron de aquí solo, más oro que los españoles en el resto de América durante en todo el período colonial.
Recorriendo la historia
El corazón de la ciudad late en la Plaza Tiradentes desde la que lanzan como una tela de araña las calles en todas las direcciones, razón por la cual es el mejor lugar para empezar a recorrerla. Es importante contar con un calzado cómodo y estar dispuesto a caminar. Aunque las subidas muy empinadas y son capaces de quitarle el aire a más de un montañés, el esfuerzo siempre es bien recompensado.
En torno a la plaza, multitudes de turistas pululan por las veredas entrando y saliendo de los numerosos negocios, bares y hostels que se emplazan en las antiguas casonas. Opuestos en ambas cabeceras, dos edificios se yerguen silenciosos y soberbios ajenos a todo este movimiento. Se trata de las antiguas cede del poder colonial, el denominado Palacio de los Gobernadores, residencia de las autoridades; y el cabildo, con el ayuntamiento y la cárcel.
En el último, hoy se puede visitar un museo dedicado a la Inconfidencia Mineira, un movimiento independentista que hacia 1790 llevó a cabo la elite ouropretense liderados por un dentista, Jose da Silva Xavier, mejor conocido como el “Tiradentes”. Sí bien la confabulación revolucionaria fue rápidamente sofocada y la cabeza de da Silva no tardo en aparecer expuesta en una pica en centro de la actual plaza que hoy lleva su nombre, esta conspiración es considerada el primeros grito independentistas de Brasil.
Unas cuadras más abajo de la plaza en dirección al río, se encuentra el socavón de una antigua mina atribuida por los locales a “Chico Rei”, otro de los personajes mitológicos de esta ciudad. Cuenta su leyenda que éste era un monarca africano y que tras ser derrotado en una batalla fue vendido como esclavo junto con su pueblo. Su destinó habría sido esta mina en la que pronto sobresalió por su inteligencia y poderes “mágicos” para encontrar el oro.
Así, con el tiempo compró su libertad así coma la del resto de su tribu y a la muerte de su amo, Chico Rei heredó la mina de la cual siguió extrayendo oro hasta volverse rico. Con la fortuna acumulada se dice que construyó una de las iglesias más pintorescas de la ciudad la Santa Efigênia dos Pretos, el templo de los esclavos.
Si bien la historia fue una invención de los amos para mantener a sus esclavos trabajando y sumisos, visitar estos túneles ayuda a vislumbrar lo que a diario deben haber padecido vivían los cientos de miles de esclavos negros que a diario escarbaban esta tierra colorada mientras que arriba, los ricos habitantes de la ciudad dorada se daban a una fiesta interminable de derroche y lujo.
Barroco Mineiro
A pesar de que en Europa el barroco ya estaba en auge desde hacía más de un siglo, en Brasil su florecimiento fue se dio recién en el siglo XVIII, con ejemplos en las principales ciudades del país. Sin embargo, para apreciar la auténtica quintaesencia de este movimiento artístico hay que viajar a Ouro Preto y las demás ciudades históricas del estado de Minas Gerais.
El barroco mineiro, tal como se lo conoce a esta variante local, se caracteriza sobre todo por su arquitectura religiosa. Sus templos siempre se caracterizan por presentan exteriores sobrios y despojados; mientras que en sus interiores, simbolizando los esplendores del alma, están ricamente decorados. Un buen ejemplo de esto puede verse en la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción, la más importante de las trece de Ouro Preto, que en su retablo, coros y altar ostenta unos 434 kilos de oro.
Si bien la ciudad alumbró a grandes artistas, ninguno es más recordado que Antonio Francisco Lisboa mejor conocido como “Aleijadinho”, el tullidito. Mulato, hijo natural de un artesano portugués y su esclava negra, Lisboa se abrió camino a fuerza de genialidad en una sociedad blanca muy conservadora. Pero a la edad de cuarenta, el ascendente artista contrajo lepra, enfermedad que le ganó su apodo. Pero pese a todo, Aleijadinho siguió trabajando hasta el final de sus días.
El legado de este artista se encuentra disperso por toda la ciudad e incluso hay un museo dedicado a su persona. Su obra por excelencia es la Iglesia de San Francisco de Asis, donde se destaca el friso sobre la puerta de entrada en el que se ve al santo recibiendo sus estigmas. Además, es destacable su labor en los interiores con numerosas tallas de madera. Este templo es a menudo señalado como la cúspide del Barroco colonial.
Sin embargo, para ver la obra prima de Aleijadinho hay que trasladarse unos 60 kilómetros al hasta la localidad de Congonhas do Campo. Allí, el artista fue encargado de diseño el complejo de Bom Jesus de Matosinhos un verdadero parque temático del siglo XIX con más de 60 tallas de cedro en tamaño real que reproducen la pasión de Cristo. Pero si duda la obra más impresionante del complejo son las estatuas de los doce profetas emplazados en una escalinata que precede la Basílica. Según se narra, Lisboa las esculpió con las herramientas amarrados a sus muñones.
Renacimiento turístico
Tras el agotamiento del oro para principios del siglo XIX y el traslado de la capital estatal a Velho Horizonte la ciudad sufrió un éxodo masivo y por más de un siglo fue condenada al deterioro. Sin embargo, en los años cincuenta la ciudad fue redescubierta por el turismo y desde entonces se ha invertido mucho en su reconstrucción y preservación.
Hoy, la ciudad ofrece un gran abanico de alojamientos que van desde hoteles y posadas de alta categoría, hasta albergues de mochileros. A la hora de comer, también hay varias posibilidades y es más que aconsejable probar la excelente gastronomía mineira, con platos como el tute mineiro, una especie de feijoada o el Frango com Quiabo, un guisado de pollo y okra.
La zona también presenta varias opciones para los amantes de las caminatas. Con más de siete mil hectáreas, el Parque Estatal do Itacolomi, conjunto a la ciudad, ofrece numerosas cascadas y vistas panorámicas que le permiten conocer al visitante la naturaleza de las sierras en su estado más puro, tal y como lo vislumbraron aquellos bandeirantes hace cuatro siglos.
Por último, cabe resaltar la excelente orfebrería y joyería apoyadas en varios siglos de tradición y las materias primas de la región. Las mejores tiendas se emplazan en las cercanías de la plaza de Tiradentes y en algunas de ellas se puede encontrar el célebre topacio Imperial, una piedra semipreciosa exclusiva de Ouro Preto.
Los techos rojos de la ciudad trepan chillones por las empinadas laderas verdes de los morros de las sierra de Espinhaçao. Arriba, el cerro Itacolomí coronado por su rocoso promontorio completa la panorámica. En su trazado la ciudad refleja su estrepitoso y repentino crecimiento con edificios que parecieran construidos uno encima del otro y calles que se ramifican hasta el infinito formando un verdadero laberinto.
Sin embargo, bajo tanto caos subyace un orden. Desde cualquier óptica, siempre se impone la figura de alguna de sus trece iglesias. Legado nacido más de la culpa y la vanidad que de la caridad y el fervor religioso, estos templos encarnan el más exquisito estilo barroco y son el principal emblema de Ouro Preto. En sus altares y retablos, atesoran los escasos remanentes de todo el oro que se extrajo de las entrañas mismas de estas sierras.
Visitarla y perderse en esta ciudad considerada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, es un auténtico viaje en el tiempo. A cada paso que da, a la vuelta de cada esquina o al atravesar sus umbrales, el visitante va descubriendo las fascinantes historias que encierra esta ciudad, en la cual las leyendas y la realidad se entrelazan para forman una sola trama.
El sueño dorado
Su origen se remonta al final del sigo XVII cuando una partida de bandeirantes proveniente de San Pablo llegó a la región en búsqueda del mítico El Dorado. La historia cuenta que fue en el mismo valle del río Tiripui donde hoy se emplaza la ciudad, que estos hombres hallaron las primeras pepitas oscuras acusa de encontrarse cubiertas por una capa de óxido de hierro. De ahí el nombre de oro negro.
Lo que nació como un precario campamento minero no tardó en transformarse en un asentamiento y en menos de diez años en una ciudad de cincuenta mil habitantes. Aventureros y buscadores de fortuna de las principales ciudades de Brasil y Portugal llegaban todos los días atraídos por la promesa de una rápida fortuna.
Según relatan las crónicas, la fiebre del oro caló tan hondo en sus habitantes que en su pleno esplendor la ciudad llegó a padecer hambrunas causadas principalmente por que nadie en la región se encargaba de cultivar la tierra. Al igual que el rey Midas, sus moradores pronto descubrieron que el oro no se podía comer.
Pero la fama de la Villa Rica de Ouro Preto seguía extendiéndose por todo el viejo y nuevo mundo, llegada a ser conocida gracias al escritor Francisco de Brito como, “la Potosí del oro”. Aunque imposible de precisar la cifra exacta, se estima que en apenas un siglo los portugueses extrajeron de aquí solo, más oro que los españoles en el resto de América durante en todo el período colonial.
Recorriendo la historia
El corazón de la ciudad late en la Plaza Tiradentes desde la que lanzan como una tela de araña las calles en todas las direcciones, razón por la cual es el mejor lugar para empezar a recorrerla. Es importante contar con un calzado cómodo y estar dispuesto a caminar. Aunque las subidas muy empinadas y son capaces de quitarle el aire a más de un montañés, el esfuerzo siempre es bien recompensado.
En torno a la plaza, multitudes de turistas pululan por las veredas entrando y saliendo de los numerosos negocios, bares y hostels que se emplazan en las antiguas casonas. Opuestos en ambas cabeceras, dos edificios se yerguen silenciosos y soberbios ajenos a todo este movimiento. Se trata de las antiguas cede del poder colonial, el denominado Palacio de los Gobernadores, residencia de las autoridades; y el cabildo, con el ayuntamiento y la cárcel.
En el último, hoy se puede visitar un museo dedicado a la Inconfidencia Mineira, un movimiento independentista que hacia 1790 llevó a cabo la elite ouropretense liderados por un dentista, Jose da Silva Xavier, mejor conocido como el “Tiradentes”. Sí bien la confabulación revolucionaria fue rápidamente sofocada y la cabeza de da Silva no tardo en aparecer expuesta en una pica en centro de la actual plaza que hoy lleva su nombre, esta conspiración es considerada el primeros grito independentistas de Brasil.
Unas cuadras más abajo de la plaza en dirección al río, se encuentra el socavón de una antigua mina atribuida por los locales a “Chico Rei”, otro de los personajes mitológicos de esta ciudad. Cuenta su leyenda que éste era un monarca africano y que tras ser derrotado en una batalla fue vendido como esclavo junto con su pueblo. Su destinó habría sido esta mina en la que pronto sobresalió por su inteligencia y poderes “mágicos” para encontrar el oro.
Así, con el tiempo compró su libertad así coma la del resto de su tribu y a la muerte de su amo, Chico Rei heredó la mina de la cual siguió extrayendo oro hasta volverse rico. Con la fortuna acumulada se dice que construyó una de las iglesias más pintorescas de la ciudad la Santa Efigênia dos Pretos, el templo de los esclavos.
Si bien la historia fue una invención de los amos para mantener a sus esclavos trabajando y sumisos, visitar estos túneles ayuda a vislumbrar lo que a diario deben haber padecido vivían los cientos de miles de esclavos negros que a diario escarbaban esta tierra colorada mientras que arriba, los ricos habitantes de la ciudad dorada se daban a una fiesta interminable de derroche y lujo.
Barroco Mineiro
A pesar de que en Europa el barroco ya estaba en auge desde hacía más de un siglo, en Brasil su florecimiento fue se dio recién en el siglo XVIII, con ejemplos en las principales ciudades del país. Sin embargo, para apreciar la auténtica quintaesencia de este movimiento artístico hay que viajar a Ouro Preto y las demás ciudades históricas del estado de Minas Gerais.
El barroco mineiro, tal como se lo conoce a esta variante local, se caracteriza sobre todo por su arquitectura religiosa. Sus templos siempre se caracterizan por presentan exteriores sobrios y despojados; mientras que en sus interiores, simbolizando los esplendores del alma, están ricamente decorados. Un buen ejemplo de esto puede verse en la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción, la más importante de las trece de Ouro Preto, que en su retablo, coros y altar ostenta unos 434 kilos de oro.
Si bien la ciudad alumbró a grandes artistas, ninguno es más recordado que Antonio Francisco Lisboa mejor conocido como “Aleijadinho”, el tullidito. Mulato, hijo natural de un artesano portugués y su esclava negra, Lisboa se abrió camino a fuerza de genialidad en una sociedad blanca muy conservadora. Pero a la edad de cuarenta, el ascendente artista contrajo lepra, enfermedad que le ganó su apodo. Pero pese a todo, Aleijadinho siguió trabajando hasta el final de sus días.
El legado de este artista se encuentra disperso por toda la ciudad e incluso hay un museo dedicado a su persona. Su obra por excelencia es la Iglesia de San Francisco de Asis, donde se destaca el friso sobre la puerta de entrada en el que se ve al santo recibiendo sus estigmas. Además, es destacable su labor en los interiores con numerosas tallas de madera. Este templo es a menudo señalado como la cúspide del Barroco colonial.
Sin embargo, para ver la obra prima de Aleijadinho hay que trasladarse unos 60 kilómetros al hasta la localidad de Congonhas do Campo. Allí, el artista fue encargado de diseño el complejo de Bom Jesus de Matosinhos un verdadero parque temático del siglo XIX con más de 60 tallas de cedro en tamaño real que reproducen la pasión de Cristo. Pero si duda la obra más impresionante del complejo son las estatuas de los doce profetas emplazados en una escalinata que precede la Basílica. Según se narra, Lisboa las esculpió con las herramientas amarrados a sus muñones.
Renacimiento turístico
Tras el agotamiento del oro para principios del siglo XIX y el traslado de la capital estatal a Velho Horizonte la ciudad sufrió un éxodo masivo y por más de un siglo fue condenada al deterioro. Sin embargo, en los años cincuenta la ciudad fue redescubierta por el turismo y desde entonces se ha invertido mucho en su reconstrucción y preservación.
Hoy, la ciudad ofrece un gran abanico de alojamientos que van desde hoteles y posadas de alta categoría, hasta albergues de mochileros. A la hora de comer, también hay varias posibilidades y es más que aconsejable probar la excelente gastronomía mineira, con platos como el tute mineiro, una especie de feijoada o el Frango com Quiabo, un guisado de pollo y okra.
La zona también presenta varias opciones para los amantes de las caminatas. Con más de siete mil hectáreas, el Parque Estatal do Itacolomi, conjunto a la ciudad, ofrece numerosas cascadas y vistas panorámicas que le permiten conocer al visitante la naturaleza de las sierras en su estado más puro, tal y como lo vislumbraron aquellos bandeirantes hace cuatro siglos.
Por último, cabe resaltar la excelente orfebrería y joyería apoyadas en varios siglos de tradición y las materias primas de la región. Las mejores tiendas se emplazan en las cercanías de la plaza de Tiradentes y en algunas de ellas se puede encontrar el célebre topacio Imperial, una piedra semipreciosa exclusiva de Ouro Preto.
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